***(Ver la traducción al español abajo)
Recently, in the span
of about an hour, I experienced the best and worst of Colombia.
My phone was stolen 2
weeks after I moved to Medellín. That’s not the “worst” part of
this story; it’s just the context for the rest of the story. Shortly after buying a new
phone at a fancy electronics store, I began to receive messages from my service provider,
informing me that I needed to register my phone by Nov. 4th or it would be
disabled. I guessed that it was new anti-theft law, so I accepted that I needed to register my phone. I tried to
do it online, but the system rejected my passport number.
So on Nov. 3rd I went to one of the three
“help centers” in this city of 3 million. I took a number, waited about 25
minutes, and then approached the desk where my number was shown. The
representative, a young woman, greeted me without a smile and asked, “What can I do for you
today?”
Me: “I need to register my phone so that it's not
shut off. I received a message that I needed to register it by Nov. 4th.”
Woman: “Of course. May I see your local ID?”
Me: “I don’t have a local ID, but I have my passport.”
Woman: “We can’t register your phone with a passport.”
Me: “Of course you can. I purchased the phone with my
passport number and foreigners are legally allowed to buy phones here.”
Woman: “We can only register phones with local IDs.”
Me: “So you’re saying that I can buy a phone here but
not register it?”
Woman: “You didn’t buy it here, in this store. Did
you?”
Me: “No, but I bought it at an official store. I’m
certain that you can register it with my passport.”
The woman sighs to display her annoyance at my insistence, turns to the representative on her left and
asks, “Can we register a phone with a passport?”
The other woman responds with a simple, “Yes.”
The woman turns back to me, with no apology, smile or
sheepish look, says, "Your passport."
I hand it to her.
Then I sign a series of documents
that give the company the right to do whatever they like with my information.
Once again, perhaps for the hundredth time, I reflect on how Colombian laws
provide almost no protection for consumers.
As we’re finishing, I feel the need to validate what
we’ve done.
Me: "So now that I have registered my phone, it won’t
be shut off tomorrow, right?”
Woman: “Oh, no. You’ve only begun the process of registering
your phone. It will take 10-15 days to finish the registration process.”
Me: “What? How can I have until Nov. 4th to
register my phone when really I needed to have registered it 2 weeks ago? I
didn’t even own this phone 2 weeks ago!”
Woman: “That’s not our fault. You came to register it,
and that’s what we’re doing.”
In my frustration I repeatedly try to explain to her
the unfairness and illogic of all of this, but she merely shrugs. It’s not her
fault, not her problem.
I fume and then I leave.
As I’m riding my bike home, my head swirls will all
the arguments against such a ridiculous process and complaints about the lack
of professionalism displayed by the woman. Then my bike chain falls off the
chain-ring. I stop on the sidewalk and flip my bike over to put it back on.
While I’m putting the chain back on the ring, a pair
of senior citizens stop beside me. They’re tiny, with white hair and they’re
holding hands.
The woman puts her face close to mine as she whispers,
“You shouldn’t stop here. They could rob you.” She motions with her head toward
some men in the park next to us. As I turn to look, she quickly adds, “Don’t
look at them!” I’m not in the best mood and now I feel like I’m being
criticized for choosing the wrong place to have my chain come off. I whisper
back, “I’m sorry, but I need to get my chain back on before I can leave.”
The woman takes in my words and looks concerned.
“We’ll stand guard then,” she states,
matter-of-factly.
I glance at the man and the woman again. Now it seems
like they’ve locked arms and have managed to create a defiant air. I smile.
They couldn’t fend off a stiff breeze, but the gesture is melting my heart.
Moments later my chain is on, I thank the couple for
their kindness, and we both go on our own ways. But my pissed-off attitude is
shattered.
They didn’t have to stop and warn me.
Once they had warned me and I ignored their warning,
they could have shrugged and continued on their way.
They didn’t have to stay.
They didn’t have to do anything and nobody would have
criticized them.
In Colombia there are a million ways that life is more
difficult than it has to be because of senseless laws, stupid regulations, and
endless corruption. Then there are millions of people who set aside their
interests and extend a hand to a stranger like me.
------------------------------------PORQUE AMO Y ODIO A COLOMBIA-----------------------------------------
Hace poco, en solo una hora, experimenté
lo mejor y lo peor de Colombia.
Me robaron el celular 2 semanas después
de llegar a Medellín. Eso no es “lo peor” de esta historia. Solo es el contexto
en el cual se desarrolla el resto. Un poco después de comprar un celular nuevo
en una tienda en un centro comercial, me empezaron a llegar mensajes de Claro,
informándome que tenía que registrar mi celular antes del 4 de noviembre or
sería bloqueado. Supuse que existía una nueva ley antirrobo y acepté que tenía
que registrar mi celular. Intenté hacerlo por internet, pero el sistema rechazó
el número de mi pasaporte.
Entonces, el 3 de noviembre fui a uno de las tres Centros de Atención al Cliente (en esta ciudad de 3 millones de
personas). Cogí un número, esperé unos 25 minutos, y me presenté en la ventana
donde se mostraba mi número. El representante, una mujer joven, me saludó sin
sonrisa y me preguntó, “¿Cómo te puede servir el día de hoy?”
Yo: “Necesito registrar mi celular para
que no se bloquee. Recibí un mensaje que decía que lo tengo que registrar antes del 4 de
noviembre.”
Ella: “Claro, ¿puedo ver tu carné de
identidad?”
Yo: “No tengo carné, pero tengo mi
pasaporte.”
Ella: “No podemos registrar el celular
sin un carné.”
Yo: “Claro que pueden. Compré este
celular con el número de mi pasaporte y los extranjeros estamos permitidos
comprar celulares aquí.”
Ella: “Solo podemos registrar los
celulares con carné de identidad.”
Yo: “¿Me estás diciendo que puedo comprar
un celular pero no puedo registrarlo?”
Ella: “No lo compraste aquí en esta
tienda. ¿O sí?”
Yo: “No, pero lo compré en una tienda
oficial. Estoy segura que lo puedes registrar con mi pasaporte.”
Ella respira profundamente para
mostrar la molestia que me tiene por la insistencia, gira al representante a su
lado y le pregunta, “¿Podemos registrar un celular con solo un pasaporte?”
El otro representante le responde con un
sencillo, “Sí.”
Ella me vuelve a mirar y, sin pedir
disculpas, sonreír, o mostrarse apenado por su error, me dice, “Tu pasaporte.”
Se lo entrego.
Y empiezo a firmar una serie de documentos
que le da a la empresa el derecho de hacer lo que quieren con mi información.
Una vez más, por lo que puede ser la centésima vez, pienso que las leyes
colombianas favorecen siempre la empresa y no protegen nunca al cliente.
Cuando casi terminamos, se me ocurre que debo validar lo que hemos hecho
Yo: “Ahora que hemos registrado mi celular, ¿no lo van a bloquear mañana, cierto?”
Mujer: “No... Apenas empezaste el
proceso de registrar tu celular. Puede demorar 10-15 días para terminar el
proceso.”
Yo: “¡¿Cómo?! ¿Por qué me dicen que tengo
hasta el 4 para registrarlo cuando realmente lo tenía que registrar hace 2
semanas? ¡Ni siquiera tenía este celular hace 2 semanas!”
Mujer: “No es nuestra responsabilidad.
Viniste a registrarlo y lo estamos haciendo.”
En mi frustración, una y otra vez le
intento explicar la falta de lógica y la injusticia de lo que está pasando. Ella se encoge de
hombros. No es su problema, no es su culpa.
Me enojo y salgo de la tienda.
Mientras estoy manejando mi bicicleta hacia mi
casa, todos los argumentos en contra de ese proceso ridículo me dan vueltas en
la cabeza. Silenciosamente me quejo de la falta de profesionalismo de la mujer.
Y, en ese momento, la cadena se me sale de la bicicleta. Me paro en el anden y le voy una vuelta a mi
bici para tener mejor acceso a la cadena.
Mientras intento devolver la cadena a su
lugar, una pareja de ancianos paran a mi lado. Son súper bajitos, con cabello
blanco, y se toman de la mano.
La mujer se acerca su cara a la mía y me
susurra, “No deberías parar aquí. Te pueden robar.” Con su cabeza indica a unos
hombres en el parque a nuestro lado. Giro a mirarlos y ella me dice rápidamente, “¡No los
mires!”
No estoy de buen humor y ahora siento que
me están criticando por escoger el lugar equivocado en el cual permitir que se
me salga la cadena. En voz baja le digo a la señora, “Disculpe, pero necesito arreglar la
cadena antes de irme.”
La mujer me escucha y se ve preocupada.
“Entonces nos quedamos aquí hasta que termines,” ella dice, directa y francamente.
Le doy una mirada al señor y la señora. Ahora parece que se han entrelazado los brazos y tienen un aire de desafío.
Me sonrío. Son tan débiles que no podrían con una brisa fuerte, pero el gesto me hace derretir el
corazón.
Poco tiempo después la cadena está en su
lugar, les agradezco a la pareja por su amabilidad, y todos nos vamos por
nuestros caminos. Mi mala actitud está
destrozada.
No tenían que pararse y advertirme sobre el
peligro.
Después de advertirme y cuando ignoré su
advertencia, podrían haberse encogido los hombros y seguido el camino.
No tenían que quedarse conmigo.
No tenían que hacer nada y nadie les
habría criticado.
En Colombia hay un millón de maneras en
las cuales la vida es mas difícil de lo que debería ser debido a muchas leyes
sin sentido, reglamentos absurdos, y corrupción extensa. Pero también hay
millones de personas que se olviden de sus intereses y les extienden la mano a
desconocidos como yo.